“Todo viene de todo; todo está hecho de todo; todo se transforma en todo,
porque todo lo que existe en los elementos está hecho de esos elementos”.
Leonardo da Vinci (Codex Atlanticus)
Este artículo tiene como objeto el enunciar las leyes básicas por las que se rige la naturaleza, desde un punto de vista didáctico, para de este modo poder calibrar el impacto que tienen nuestros actos sobre el medio ambiente. En un principio, estas leyes pueden resultar bastantes obvias, pero nunca viene de más recordar lo “sencillo” para consolidar un ideario, en nuestro caso, un ideario consecuente con la protección de la naturaleza.
Primera ley: “todo está relacionado con todo lo demás”
Esta ley expresa el hecho de que la naturaleza es algo complejo, en donde cada uno de sus componentes está relacionado con muchos otros como resultado de un proceso evolutivo desarrollado a lo largo de millones de años. Todos los animales y plantas se relacionan en un marco geográfico concreto llamado ecosistema. A la par, todos los ecosistemas que existen en el planeta forman lo que conocemos como biosfera.
Para entender lo expuesto hasta ahora con claridad pongamos por ejemplo un ecosistema acuático. Allí, un pez, no es solamente un pez, también es el productor de desechos utilizados por plantas y microorganismos para nutrirse; el consumidor del oxígeno generado por las plantas; el alimento para otros peces mayores; etc. En definitiva, forma parte de una cadena trófica en cuyo primer eslabón encontraríamos algas y plactón; en el siguiente nivel trófico a consumidores primarios como zooplancton y Krill; luego a consumidores como nuestro pez y además crustáceos de menor tamaño; el cuarto eslabón estaría constituido por peces, aves y mamíferos de mayor tamaño; por último, al final de la cadena tendríamos depredadores acuáticos de gran dimensión como el tiburón blanco. De aquí podemos deducir que cada nivel trófico estaría formado por seres que obtienen su energía utilizando los mismos mecanismos. Además, es obvio, que si uno de los eslabones de la cadena se ve alterado, el resto también sufrirá las consecuencias por dicha alteración, ocasionando un desequilibrio en todo el sistema. Pongamos por caso la hipotética desaparición de los atunes en nuestros mares; una consecuencia inmediata sería el aumento exponencial de medusas por ser este pez uno de sus depredadores naturales.
En los ecosistemas los átomos que componen la materia vegetal y animal siguen un ciclo donde la energía se transmite de un eslabón a otro de la cadena trófica. Así, el carbono es captado por el proceso de fotosíntesis de las plantas para ser incorporado a sus estructuras vitales. Los animales consumen esas plantas, o a animales que lo han hecho previamente, y el carbono se agrega a estos organismos. Al final, por medio de la respiración, parte del carbono es devuelto a la atmósfera para que el ciclo continúe. Si la planta no es consumida, esta al morir puede descomponerse para servir como alimento de bacterias que devolverán a la atmósfera el carbono o éste puede pasar a un estado de almacenaje para dar lugar a los diversos combustibles fósiles.
En el mundo artificial creado por el ser humano la relación existente entre los objetos fabricados por éste y la naturaleza es muy diferente. Generamos productos de un solo uso, de vida corta. Una vez desechados no pasan a formar parte de ningún ciclo beneficioso para el resto de seres que cohabitan con nosotros la Tierra, todo lo contrario, sus componentes tóxicos se van dispersando con el paso del tiempo por todo el planeta para intoxicarlo y provocar un efecto apocalíptico, en el cual, esos elementos perniciosos acaban en la cadena trófica de la que formamos parte. De este modo, nuestros vecinos de la biosfera y nuestros mismos cuerpos son envenenados silenciosamente, causando enfermedades letales. Este precio es el que pagamos por disfrutar de una vida supuestamente libre y feliz. Se diseñan productos para agradar al consumidor y beneficiar al productor, pero no para respetar el medio natural.
Segunda ley: “todas las cosas acaban en alguna parte”
Esta ley, junto con la primera, resalta la importancia de los ciclos en la biosfera. La sociedad debe mentalizarse a nivel individual y colectivo del daño que produce un consumo irracional de productos nocivos para el medio ambiente. Cada uno de nuestros residuos, por muy pequeño que sea, puede acabar sus días en cualquier lugar donde producirá daños.
Para ejemplificar esto, sólo tenemos que poner el punto de mira en la industria petroquímica cuando transforma el etileno obtenido a partir del petróleo y el cloro logrado a partir de la salmuera de cloruro de vinilo, una sustancia carcinógena. Todo ello es transformado en cloruro de polivinilo, o sea, plástico con el que se fabrican botes para almacenar alimentos, ¡juguetes!, piezas para aparatos tecnológicos, elementos para vehículos de transporte, etc. Todos ellos, más temprano que tarde, se convierten en basuras a gestionar de algún modo. Si son incinerados, el plástico produce dióxido de carbono y dioxinas. El primero contribuye al calentamiento global, mientras que el segundo aumenta el riesgo de cáncer. En cambio, si son depositados en un vertedero o en cualquier otro sitio, acabaran descomponiéndose contaminando nuestros acuíferos, mares, océanos o lo que toque.
Al final, la ruta que siguen todas nuestras basuras, sean de la índole que sean, es un ataque hacia los procesos naturales que sostienen la vida animal y vegetal. Asimismo, con ello generamos sequías, inundaciones y otros fenómenos que ponen en jaque nuestra capacidad para general todos aquellos productos básicos que satisfacen las necesidades humanas. El poner coto a esta situación sólo depende de la voluntad general para hacerlo de forma inmediata, sin demora o excusa alguna.
Tercera ley: “La naturaleza es la más sabia”
En la biosfera, por cada compuesto orgánico generado por un ser viviente, existe en algún lugar una enzima capaz de descomponerlo. Los compuestos orgánicos no degradables enzimáticamente no son producidos por los seres vivos, así de fácil. Pongamos un ejemplo concreto para entender esta cuestión, hablemos del nilón. Este material, a diferencia de la celulosa, que es un polímero natural, no es biodegradable, es decir, no existe una enzima capaz de descomponerlo de forma natural. Por lo tanto, el nilón, al no haber sido puesto a prueba por la evolución, es un intruso perjudicial en el ámbito natural.
Del mismo modo, otras moléculas son evitadas por la química de la vida, como el cloruro de polivinilo, señal inequívoca de que son incompatibles con ésta. Por eso, la producción de esos elementos nocivos no puede seguir justificándose con el argumento del bien aportado a la sociedad por estos, eso nos llevará a nuestra desaparición como especie y a la de otras que arrastraremos en el camino con nosotros.
Estas leyes son algo que todos deberíamos guardar a modo de mandamientos en nuestra mente y actuar en función de su significado para eliminar o reducir el impacto de nuestro estilo de vida a la hora de consumir ciertos productos o realizar ciertas actividades. Cambiar nuestros hábitos de consumo de un día para otro no es posible, pero poco a poco, gesto a gesto llegará el momento en el cual, al mirar hacia atrás, podremos presumir por haber sustituido nuestras costumbres de consumo por otras más coherentes y respetuosas, no sólo con el medio ambiente, también con nosotros mismos. En resumen, a las leyes expuestas atrás habría que añadir una más: en la naturaleza no habrá ningún elemento nocivo si no lo depositamos nosotros.
José Luis Boza Bonilla
Técnico en sistemas de regulación y control automáticos. Colaborador con Ecodeco